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Enrique Monasterio Beñaran – Director de Desarrollo e Innovación del Ente Vasco de la Energía

Salvo honrosas excepciones, quienes trabajamos en el sector energético, hasta hace bien poco no
veíamos el encaje del hidrógeno. La razón era sencilla: tanto en su generación como en su
utilización, su rendimiento energético era fácilmente superable por otras soluciones. Las voces que
defendían su sentido argumentaban que era la manera de utilizar energía renovable excedentaria. A
decir verdad, era un argumento fácilmente rebatible porque rara vez se presentaban situaciones de
exceso de renovables, especialmente en un entorno en el que las inversiones en generación
renovable debían ser apoyadas para lograr que fueran rentables.

Aquellos defensores del hidrógeno argumentaban también que este vector energético era una
solución muy apropiada para reducir la dependencia de los derivados del petróleo en el sector del
transporte. Y ahí volvieron a toparse con una nueva respuesta negativa dado que la industria del
automóvil y la Unión Europea decidieron apostar por la movilidad eléctrica con batería.
En las múltiples conferencias sobre movilidad eléctrica que se celebraron en los primeros años de la
década de 2010 era recurrente que algún centro tecnológico fuera invitado para hablar del
hidrógeno y lamentablemente pocos le prestaban atención, ya que la ilusión estaba puesta en la
tecnología de la batería para electrificar el transporte.

Era por lo tanto un contexto que no facilitaba la apuesta por el hidrógeno. Tenía un rendimiento
energético bajo y uno de sus principales destinatarios, el transporte, había decidido realizar fuertes
inversiones en otra tecnología. Conclusión: se redujeron las inversiones en innovación y desarrollo
en este campo.

Pero poco a poco, casi sin darnos cuenta, empezó a cambiar ese contexto energético. Se comenzó
a hablar de transición energética y de objetivos de descarbonización de todos los usos energéticos
para frenar el cambio climático y en poco tiempo hemos visto cómo las energías renovables
reducían considerablemente su coste y mejoraban en eficiencia y en accesibilidad. Al mismo tiempo,
la Unión Europea iba estableciendo objetivos de penetración de renovables cada vez más
ambiciosos y más cercanos en el tiempo, con dos objetivos fundamentales: reducir las emisiones de
CO2 y reducir la dependencia energética del exterior.

Lo que antes parecía imposible, ya no lo vemos como tal: eliminar totalmente los combustibles
fósiles de la generación eléctrica. Las renovables están ganando terreno a una velocidad
impresionante; el sistema eléctrico ibérico por ejemplo, lleva seis meses superando el 50% de
aporte renovable y su potencia eléctrica instalada y en proceso de ser instalada no para de crecer.
Llegaremos al 100%, no tengo la más mínima duda. Y entonces sí. Será entonces cuando nos
demos cuenta de que aquellos visionarios que decían que el hidrógeno tenía sentido con
excedentes renovables tenían razón. Pero no solo tendrá sentido la producción de hidrógeno para
no desperdiciar energía, sino que se va a revelar como una herramienta imprescindible para
acomodar la oferta y la demanda eléctrica en un nuevo entorno en el que la generación eléctrica no
podrá ser gestionada como estamos acostumbrados. La generación renovable genera cuando hay
recurso y el consumo se produce cuando se necesita. Acomodar ambas cosas será difícil y cobrarán
sentido estrategias de gestión de la demanda, de almacenamientos masivos de electricidad y cómo
no, de utilización de la energía para la producción de hidrógeno. El hidrógeno aporta, además, una
gran ventaja. Una vez producido puede utilizarse, no solo para volver a producir electricidad, sino
para, por ejemplo, sustituir gasóleos en transporte pesado por carretera o marítimo, para producir
combustibles sintéticos para aviación o para sustituir el gas natural en usos industriales de difícil
electrificación. Estos usos justificarán además, inversiones en producción de hidrógeno con nuevas
generaciones eléctricas renovables específicas para este destino.

Visto cómo se han ido sucediendo las cosas, llega el momento de reconocer que estaba equivocado
y que el hidrógeno es el gran aliado de la transición energética, el que permitirá que todo case y
que podamos, ahora ya de verdad, lograr la descarbonización de todos los usos energéticos. Toca
pues, trabajar para lograr el liderazgo energético mundial en esta tecnología. Desde EVE y el
Gobierno Vasco hemos querido marcar el camino mediante la definición de la Estrategia Vasca del
Hidrógeno, que busca aprovechar esta oportunidad para posicionar a Euskadi y a su industria en un
lugar destacado en este nuevo campo de la energía. Sin duda, un gran reto.